Entrevista por Oswaldo J. Hernández
A mediados de la década de 1940, recién iniciados los años de la Revolución en Guatemala, existió en la zona 3 capitalina una pequeña zapatería adonde se iban a encargar los más cotizados diseños europeos de calzado. Una niña de nombre Isabel Ruiz... entre dibujos, cuero, hormas, tachuelas; quedaba fascinada ante el proceso que usaba su padre –el zapatero– para fabricar volúmenes a partir de un simple trazo en una hoja de papel.
“Desde temprana edad tuve un sentido estético de las cosas –dice Isabel–, miraba los trompos desde sus formas al girar, los chajaleles desde su vibración… las líneas sobre las líneas que se dibujaban en las corrientes de agua, al lado de las banquetas de la ciudad, durante los inviernos. Mi memoria es ante todo visual. Poco recuerdo de mi vida a menos que lo consiga trasladar a una imagen”. Con 66 años de edad, ella es una artista referente del grabado latinoamericano y una de las pocas creadoras de Guatemala que ha conseguido trasladar su propia obra desde técnicas tradicionales a conceptos más contemporáneos.
“Mi propuesta artística es algo que ha estado en continuo proceso de construcción… no se le puede considerar como algo terminado. Lo veo más en relación a cómo uno puede llevar anotaciones personales en un diario”, resalta.
La intuición particular
Desde pequeña, Isabel Ruiz dice además que prestó mucha atención al lugar que le rodeaba. “Lo político, lo social… Había algo místico, un no sé qué sobre la realidad, que yo siempre he interpretado desde mi particular condición. Por ejemplo, yo me desarrollé como mujer justo en el momento en que se acababa la Revolución con el derrocamiento de Árbenz, en 1954. Tomé la pubertad como una premonición de lo peor. Poco me equivocaba sobre aquellos años que sobrevenían”.
Las dictaduras, el dolor de las víctimas de la guerra, los desplazados, el papel de la mujer en la sociedad guatemalteca... todo en conjunto ha sido parte de la percepción a la cual Isabel Ruiz se refiere desde su obra/diario.
Aprendió grabado en la Universidad Popular, vocación que costeaba desde su propio bolsillo, dice, y que debía ocultarlo de su padre, de quien comenta que “era de aquellos hechos a la usanza de los dictadores”.
“La casa –el lugar íntimo de cada familia–, aun con todo el cariño que en ella puede existir, es donde se emulan de modo amplificado los problemas de una sociedad”.
Con el grabado como disciplina, aprendiendo de maestros como Enrique Anleu Díaz o Rodolfo Galeotti Torres, Isabel asegura que espiaba una realidad que suponía “me pertenecía”. La artista confiesa que a partir de “lo intelectual que se planteaba el grabado”, es que en su obra y en su personalidad ocurre “la imposibilidad de contener las emociones”: “Si yo necesito llorar, lloro. Si necesito reír, río. No me gusta fingir en cuanto a la conciencia que tengo de las cosas. En este sentido, para mí la sociedad es un verbo, una acción, algo muy presente en lo que hago”.
De toda esta emotividad, adjunta a su decisión de estudiar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) a finales de los años 60, Isabel Ruiz resalta: “El arte es la voz de aquellos que no la tienen”. Aunque admite que su ímpetu, a lo largo de los años, lo ha logrado “calibrar” por medio de la “intuición”.
¿Cuándo se consolidó Isabel Ruiz como grabadora? Ella recuerda que fue a partir de la galería Imaginaria. Junto a las propuestas de Pablo Swezey, Moisés Barrios y Luis González Palma, la obra de Ruiz hablaba de las contradicciones que se daban en aquella época en una sociedad como la guatemalteca: “Tenía mucha información sobre la zoomorfología maya, y era lo que usaba –murciélagos(zotz), armadillos y gusanos, gestos religiosos y homínidos fragmentados– para cuestionar nuestra cultura, la guerra, la discriminación a la mujer y lo que sucedía en las montañas. Siempre la realidad me ha producido una emoción incontenible, que no me cabe en el cuerpo, que necesito sacar de alguna manera”. Uno de sus grabadores fundamentales, por temática a lo que planteaba desde sus propuestas, es Francisco de Goya.
En colectivo, el trabajo de Ruiz pudo salir de Guatemala y ser expuesto en lugares tan remotos como Rusia o China. “Por aquellos años, algo que me marcó para entender la manera de expresarme con amor ante las injusticias fue leer a Franz Fanon y a Paulo Freire. Mi trabajo podía contenerse en esos conceptos de descolonización, psicopatologías y educación”, comenta Ruiz.
Arte contemporáneo
Fueron lamentables, en algún momento a finales de los años 80, las repercusiones en la salud de Isabel Ruiz debido al contacto con los químicos y demás herramientas que utilizaba para imprimir sus grabados. “El médico incluso dijo que no podía usar la acuarela”, cuenta. Eran los mismos años en los cuales su esposo, el poeta Francisco Morales Santos, participó en el informe Guatemala: Memoria del silencio que presentó la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH). “Ideas, ideas e ideas”, señala Isabel y agrega: “Siempre he estado cerca de la literatura; es una cuestión que agradezco bastante. De otra manera no hubiera tenido acceso a documentos tan importantes como el de la CEH”. Completamente afectada por aquella publicación sobre el conflicto armado en Guatemala, Isabel trabajó una pieza que sería el punto de partida para una inflexión en su carrera. “Fue muy espontánea mi transición al arte contemporáneo. Mi obra es un proceso; me arriesgo, sin tenerle miedo a los cambios desde la emotividad”.
Unos pañuelos fueron los insumos para describir el horror, “la estética del horror”, dice Ruiz, y con ello lograr armar Testimonio, una instalación artística que le valió el reconocimiento internacional: “El pañuelo es solidario del sudor y el llanto; responde por la voz ahogada, detiene la sangre y amengua la herida; en fin, el pañuelo es tanto como una bandera”, explica la artista.
A esa pieza le siguió otra que se titulaba Memoria sitiada. Ruiz dice que no pudo contener su impresión sobre los resultados de la guerra y simuló un funeral utilizando ceniza, una acuarela, veladoras y varias sillas carbonizadas casi por completo. “Hubo pueblos enteros en que no quedó nadie para velar a sus propios muertos”.
Su exposición se realizó en unas ruinas de Antigua Guatemala. Isabel recuerda que los indígenas que entraban al lugar se santiguaban, se quitaban los sombreros en señal de respeto. “Me conmoví como no tienes idea. Sentía que yo no podía estar jugando así con los sentimientos de las personas. Es tremendo. Se te obliga como artista a tomar una responsabilidad. Mi responsabilidad con aquella pieza era con relación a la verdad”.
Este mismo compromiso que asumió con su obra –“me casé de blanco con el arte”, como explica–, ha llevado a Isabel Ruiz a la polémica. En la Bienal de Arte de Guatemala, en 2008, Ruiz presentó una instalación que incluía sangre humana esparcida sobre una tela. Los responsables de la galería pegaron el grito en el cielo: “sangre que podía salvar vidas estaba desperdiciada”, tal era el argumento de la galería para “censurar” la pieza. “Con mi obra yo defendía la vida”, contrapone Isabel, “la vida que se trunca en un país violento y que puede plasmarse en una manta. La sangre en su condición estética te infunde un respeto demasiado grande”.
Suelen ser raras la ocasiones en que Isabel se permite ver presentando nueva obra. Sin embargo, hasta ahora, su trabajo es considerado como “contundente”. “Yo no produzco mucha obra, no está en mis intereses hacer arte por hacerlo. Todo mi proceso de trabajo requiere análisis, años, no hago algo si no lo he pensado bien”.
La realidad y su efecto. La circunstancia y la emoción. Isabel Ruiz también ejerce como maestra para una diversidad grande de artistas emergentes. Una influencia de cuya responsabilidad didáctica recae, como indica, en “la conciencia que sólo puede darse desde el contexto”. Puesto que, como Ruiz lo tiene claro: “El arte en realidad no es mesiánico, lo único que hace es plantear ideas, motivar el criterio. Propicia en el artista y en el espectador un estado de reflexión”.
Retro / gráfica
Desde el grabado, en todas las técnicas que Ruiz maneja desde sus inicios en 1964, hasta propuestas más contemporáneas trabajadas en la última década. La mayoría de la obra de Isabel Ruiz ha sido desclasificada. Su archivo personal, gracias al apoyo del artista español Juan Carlos Melero, de la Fundación Paiz y del Taller Experimental de Gráfica, ha sido preservado en soporte digital. La muestra se inaugura el miércoles 9 a las 7 p.m., en Artecentro Graciela Andrade de Paiz, 9a. calle 8-54, zona 1. Se puede visitar hasta el 2 de mayo. Más información: 2285-1692 y artecentro@fundacionpaiz.org.gt, fundacionpaiz.org.gt.
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